«No Puedo Manejar a los Niños Anymore. No Me Escuchan» – Una Madre Llora por Teléfono
Liliana se sentó al borde de su cama, apretando su teléfono con fuerza mientras las lágrimas corrían por su rostro. Acababa de terminar otro día agotador con sus tres hijos, Raúl, Alejandro y Alicia. La casa estaba en completo desorden, con juguetes esparcidos por el suelo del salón y platos sucios amontonados en el fregadero. Se sentía completamente derrotada.
«No puedo manejar a los niños anymore. No me escuchan,» sollozó Liliana al teléfono. Su mejor amiga, Alejandra, estaba al otro lado, tratando de ofrecerle algo de consuelo.
«Liliana, sé que es difícil, pero tienes que mantenerte fuerte. Son solo niños,» dijo Alejandra suavemente.
«Pero no es solo eso,» respondió Liliana, con la voz temblorosa. «¡No puedo ni estar cerca de ellos! No me escuchan, la casa es un desastre y sus juguetes están esparcidos por todas partes. Les dije que no se acercaran a las ventanas, pero me ignoran.»
Más temprano ese día, Liliana había intentado hacer algo de trabajo mientras vigilaba a sus hijos. Raúl y Alejandro estaban jugando con sus coches de juguete, corriéndolos por el suelo del salón. Alicia, la más pequeña, estaba ocupada dibujando en las paredes con sus crayones. Liliana les había pedido repetidamente que recogieran sus juguetes y dejaran de hacer desorden, pero sus súplicas cayeron en oídos sordos.
«Raúl, Alejandro, por favor recojan sus juguetes,» había dicho Liliana por lo que parecía la centésima vez. «¡Y Alicia, deja de dibujar en las paredes!»
Pero los niños continuaron jugando como si no la hubieran escuchado en absoluto. Frustrada, Liliana decidió tomarse un descanso y salió un momento para encontrar algo de paz. Cuando regresó, encontró que Raúl y Alejandro habían trasladado su juego al alféizar de la ventana, a pesar de sus estrictas instrucciones de no acercarse a las ventanas.
«¡Aléjense de ahí!» había gritado Liliana, con la voz llena de pánico. «¡Es peligroso!»
Los niños se alejaron a regañadientes de la ventana, pero no antes de derribar una maceta que se rompió en el suelo. El corazón de Liliana se hundió al ver el desorden.
Ahora, mientras desahogaba sus frustraciones con Alejandra por teléfono, Liliana sentía una profunda sensación de desesperanza. Amaba a sus hijos con todo su corazón, pero no podía evitar sentir que estaba fallando como madre.
«No sé qué hacer anymore,» admitió Liliana. «Siento que estoy perdiendo el control.»
Alejandra trató de tranquilizar a su amiga. «Liliana, no estás sola en esto. Criar hijos es difícil y está bien sentirse abrumada. Tal vez podrías intentar establecer algunas nuevas reglas o encontrar un enfoque diferente para la disciplina.»
Liliana suspiró. «He intentado todo, Alejandra. Castigos, quitarles privilegios, incluso refuerzo positivo. Nada parece funcionar.»
«Tal vez necesites un descanso,» sugirió Alejandra. «¿Puedes pedirle a Marcos que cuide a los niños un rato para que puedas tener algo de tiempo para ti?»
Marcos era el esposo de Liliana y el padre de los niños. Trabajaba largas horas y a menudo estaba demasiado cansado para ayudar mucho cuando llegaba a casa. Pero Liliana sabía que necesitaba algo de tiempo para recargar energías.
«Hablaré con él,» dijo finalmente Liliana. «Solo espero que las cosas mejoren pronto.»
Al colgar el teléfono, Liliana se secó las lágrimas y respiró hondo. Sabía que criar hijos nunca iba a ser fácil, pero no podía rendirse con sus hijos ni consigo misma. Seguiría intentándolo, sin importar lo difícil que se pusiera.
Pero en el fondo, Liliana no podía sacudirse la sensación de desesperación que se había instalado en su corazón. Amaba a sus hijos más que a nada en el mundo, pero no podía evitar preguntarse si alguna vez sería capaz de recuperar el control y encontrar paz en su caótico hogar.