«Nuestro Hijo No Vino Porque Su Esposa Dijo Que No: Ella Afirma Que Siempre Queremos Algo. Si Él Tomara Un Descanso, Debería Pasarlo Con Su Familia. Y No Le Gusta Nuestra Casa»
Ella se sentó en el porche, sus ojos escaneando el horizonte en busca de alguna señal de su hijo, Javier. El sol se estaba poniendo, bañando los campos con un tono dorado, pero su corazón se sentía pesado. Había estado esperando esta visita durante meses, pero en el fondo, sabía que no iba a suceder.
«Parece que no va a venir,» suspiró, volviéndose hacia su marido, Manuel, quien estaba sentado a su lado, perdido en sus pensamientos. «Mi marido y yo nos hemos acostumbrado, así que ya ni siquiera nos molestamos.»
Manuel asintió, su rostro marcado por líneas de preocupación y decepción. «¿Qué pasó esta vez?» preguntó, aunque ya tenía una buena idea. «¿Quizás su esposa no le dejó venir? Si no recuerdo mal, ustedes dos nunca se llevaron bien.»
Los ojos de Ella se llenaron de lágrimas al pensar en su nuera, Laura. «Puede ser, pero mi hijo nunca nos dijo nada,» susurró, su voz quebrándose. «Laura siempre afirma que queremos algo de ellos. Dice que si Javier tomara un descanso, debería pasarlo con su familia. Y no le gusta nuestra casa.»
Manuel negó con la cabeza, la frustración evidente en sus ojos. «No es justo, Ella. Lo criamos, lo amamos, y ahora no podemos ni verlo por culpa de ella.»
Ella se secó las lágrimas e intentó sonreír. «No podemos cambiar cómo se siente, Manuel. Solo tenemos que aceptarlo.»
La pareja se quedó en silencio, el peso de sus palabras no dichas colgando en el aire. Ella pensó en los días en que Javier era un niño pequeño, corriendo por el patio, riendo y jugando. Esos recuerdos parecían de otra vida.
Javier siempre había sido un buen hijo, pero las cosas cambiaron cuando se casó con Laura. Ella era una mujer de carácter fuerte, y Ella había intentado llevarse bien con ella, pero nunca fue fácil. Laura tenía sus propias ideas sobre la familia y las prioridades, y Ella a menudo se sentía desplazada.
Los primeros años de su matrimonio fueron los más difíciles. Javier visitaba cada vez menos, y cuando lo hacía, siempre era una visita apresurada. Laura se quedaba atrás, alegando que tenía otros compromisos. Ella intentaba entender, pero dolía de todas formas.
Una Navidad, Ella había esperado tener a toda la familia junta. Había pasado semanas preparando, cocinando todos los platos favoritos de Javier. Pero el día de la reunión, Javier llamó para decir que no vendrían. Laura había decidido que necesitaban pasar las fiestas con su familia en lugar de con ellos.
El corazón de Ella se rompió ese día, pero puso una cara valiente para Manuel. «Está bien,» había dicho, aunque estaba lejos de la verdad. «Tendremos otras Navidades.»
Pero las otras Navidades nunca llegaron. Cada año, había una nueva excusa, una nueva razón por la que no podían venir. Ella y Manuel pasaban las fiestas solos, su hogar lleno de los ecos de lo que podría haber sido.
Con el paso de los años, Ella y Manuel se acostumbraron a la decepción. Dejaron de hacer planes elaborados y aprendieron a valorar los raros momentos en los que podían ver a Javier. Pero nunca era suficiente.
Un verano, Javier finalmente logró visitar, pero la tensión era palpable. Laura se había quedado atrás, y Javier parecía distante, preocupado. Ella intentó cerrar la brecha, pero estaba claro que algo había cambiado. Su hijo ya no era el niño despreocupado que recordaba.
«Mamá, papá, os quiero a los dos, pero las cosas son diferentes ahora,» había dicho Javier, su voz llena de pesar. «Laura y yo tenemos nuestra propia vida, nuestra propia familia. No siempre puedo estar aquí.»
Ella había asentido, comprendiendo pero con el corazón roto. «Lo sabemos, Javier. Solo te echamos de menos.»
Ahora, mientras el sol se hundía bajo el horizonte, Ella sentía el peso de esas palabras más que nunca. Echaba de menos a su hijo, echaba de menos la conexión que una vez tuvieron. Pero sabía que la vida había seguido adelante, y tenía que encontrar una manera de aceptarlo.
Manuel extendió la mano y tomó la suya, ofreciendo un consuelo silencioso. Se sentaron juntos, observando el cielo nocturno llenarse de estrellas, cada una un recordatorio del amor que sentían por su hijo, aunque estuviera lejos.