«La Abuela Les Dijo a Sus Dos Nietos Que Había Transferido la Casa a Otra Persona: Decidió Probar y Ver Qué Esperar»
Emilia era una chica brillante y alegre que siempre encontraba tiempo para visitar a su Abuela Beatriz. A diferencia de su hermano mayor, Javier, que siempre estaba ocupado con deportes y amigos, Emilia valoraba los momentos que pasaba con su abuela. Sus padres, abrumados con el trabajo y compromisos sociales, a menudo dejaban a Emilia al cuidado de Beatriz. Este arreglo le venía perfecto a Emilia; le encantaban las historias, el calor y el sentido de pertenencia que sentía en la casa de su abuela.
Javier, por otro lado, era el niño dorado. Sobresalía en la escuela, en los deportes y era el ojito derecho de sus padres. Lo colmaban de atención y apoyo, asistiendo a cada partido y celebrando cada logro. Emilia, aunque no descuidada, a menudo se sentía como una idea secundaria. Pero no le importaba mucho; tenía a la Abuela Beatriz.
Una fría tarde de otoño, la Abuela Beatriz llamó tanto a Emilia como a Javier a su casa. Tenía un anuncio importante que hacer. Los hermanos llegaron, curiosos pero sin sospechar nada. Beatriz los sentó en la acogedora sala de estar, con la chimenea crepitando suavemente en el fondo.
«Tengo algo importante que decirles a ambos,» comenzó Beatriz, con voz firme pero seria. «He decidido transferir la casa a otra persona.»
El corazón de Emilia se hundió. Esta casa era su santuario, su refugio seguro. Javier parecía desconcertado pero no demasiado preocupado.
«¿A quién se la vas a dar, abuela?» preguntó Javier sin mucho interés.
Beatriz tomó una respiración profunda. «He decidido dársela a alguien que me ha mostrado amor y cuidado consistentemente. Alguien que ha estado ahí para mí.»
Los ojos de Emilia se abrieron con esperanza. ¿Podría ser ella? Siempre había estado ahí para su abuela.
Pero las siguientes palabras de Beatriz destrozaron sus esperanzas. «He decidido dársela a mi vieja amiga, la señora García.»
Javier se encogió de hombros, indiferente como siempre. Pero Emilia sintió una ola de traición recorrerla. ¿La señora García? ¿La vecina que apenas visitaba? ¿Cómo podía hacerle esto su abuela?
Viendo el dolor en los ojos de Emilia, Beatriz explicó: «Quería ver cómo reaccionarían ambos. Necesitaba saber qué esperar en el futuro.»
Emilia no pudo contener las lágrimas. «¡Pero abuela, siempre he estado aquí para ti!»
Beatriz asintió tristemente. «Lo sé, querida. Pero necesitaba probar sus reacciones. La vida es impredecible y necesitaba estar segura.»
Javier se levantó, claramente incómodo con la escena emocional. «Bueno, si eso es todo, tengo entrenamiento,» dijo, dirigiéndose hacia la puerta.
Emilia se quedó atrás, tratando de entender la decisión de su abuela. «Abuela, no entiendo. ¿Por qué la señora García?»
Beatriz suspiró. «A veces necesitamos tomar decisiones difíciles para ver los verdaderos colores de las personas. Quería ver si aún me amarías sin esperar nada a cambio.»
Emilia sintió una punzada de realización. Su amor por su abuela nunca había sido por la casa o cualquier ganancia material. Era genuino y puro.
Pero el daño estaba hecho. La confianza entre ellas se había fracturado. Emilia se fue ese día con el corazón pesado, sin saber si las cosas volverían a ser las mismas.
En las semanas siguientes, las visitas de Emilia se hicieron menos frecuentes. El vínculo que una vez compartieron parecía irreparablemente roto. La Abuela Beatriz se dio cuenta demasiado tarde de que su prueba le había costado algo mucho más valioso que cualquier propiedad: su relación con su nieta.