Encontrándome a Mí Misma a Través de la Fe: Un Viaje de la Servidumbre al Autodescubrimiento
Hola, soy Camila. Durante la mayor parte de mi vida, sentí que era solo una sirvienta para mis propios hijos. No me malinterpretes, amo a Alejandro, Vicente y Raquel más que a nada en el mundo, pero en algún momento del camino, me perdí a mí misma. No fue hasta que cumplí 48 años que me di cuenta de que la vida podía ser diferente.
Recuerdo ese día vívidamente. Era un martes lluvioso y estaba sentada sola en la cocina después de que todos se hubieran ido. La casa estaba inquietantemente silenciosa y, por primera vez en años, tuve un momento para mí. Sentí una abrumadora sensación de vacío. Había pasado tantos años atendiendo las necesidades de mis hijos que había olvidado quién era yo fuera de ser su madre.
Decidí rezar. Ahora, no soy alguien que reza a menudo, pero ese día sentí que no tenía otra opción. Le pedí a Dios orientación, una señal, cualquier cosa que pudiera ayudarme a encontrarme de nuevo. ¿Y sabes qué? Él escuchó.
Al día siguiente, me encontré con un viejo amigo, Jorge, en el supermercado. No nos habíamos visto en años, pero se sintió como si no hubiera pasado el tiempo. Empezamos a hablar y mencionó un centro comunitario local que ofrecía varias clases y actividades. Me sugirió que lo revisara.
Al principio estaba dudosa, pero algo dentro de mí—quizás era Dios—me empujó a ir. Me inscribí en una clase de pintura, algo que siempre había querido probar pero nunca había tenido tiempo para hacerlo. Esa primera clase fue como un soplo de aire fresco. Por primera vez en años, me sentí viva.
Comencé a asistir a más clases e incluso me uní a un club de lectura. Conocí a personas increíbles como Pilar y Raquel, quienes se convirtieron en mis amigas cercanas y confidentes. A través de estas actividades, redescubrí mis pasiones e intereses. Me sentí como una persona completamente nueva.
La oración se convirtió en una parte regular de mi rutina. Cada mañana, pasaba unos minutos hablando con Dios, agradeciéndole por guiarme y pidiéndole fuerza y sabiduría continuas. No siempre fue fácil; hubo días en los que sentía ganas de rendirme, pero mi fe me mantenía en pie.
Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que Dios había estado conmigo todo el tiempo, incluso cuando no lo veía. Me dio la fuerza para estar allí para mis hijos cuando más me necesitaban y luego me ayudó a encontrarme cuando llegó el momento adecuado.
Así que si alguna vez te sientes perdido o vacío, no tengas miedo de acercarte a Dios. A veces, todo lo que se necesita es un poco de fe y una simple oración para cambiar tu vida.