Encontrando Fuerza en la Fe: Cómo Superé el Desamor y la Culpa

Cuando mi marido, Javier, me dejó por otra mujer, nuestra hija, Lucía, tenía solo dos años. Sentí que mi mundo se desmoronaba. Estaba devastada, con el corazón roto y completamente perdida. No tenía idea de cómo iba a criar a Lucía sola, y mucho menos cómo iba a lidiar con el tumulto emocional. Pero, como dicen, el tiempo lo cura todo, y con la ayuda de Dios, encontré la manera de seguir adelante.

En esos primeros días, la oración se convirtió en mi salvavidas. Cada noche, después de acostar a Lucía, me sentaba en mi habitación y le abría mi corazón a Dios. Pedía fuerza, guía y el valor para enfrentar cada nuevo día. Poco a poco, comencé a sentir una sensación de paz. No fue inmediato, pero con el tiempo, sentí la presencia de Dios confortándome y dándome la fuerza para seguir adelante.

Quince años después, justo cuando pensaba que había superado lo peor, me encontré enfrentando un nuevo desafío. De la nada, la gente comenzó a culparme por la ruptura de mi matrimonio. Decían que no había hecho lo suficiente para retener a Javier, que estaba demasiado centrada en mi carrera y que había descuidado mis deberes como esposa. Fue como un golpe en el estómago, reabriendo viejas heridas que pensaba que habían sanado.

Una vez más, me volví hacia Dios. Recé por claridad y comprensión, y pedí la fuerza para defenderme. También busqué consuelo en mi comunidad de la iglesia, donde encontré apoyo y ánimo de amigos como Arturo y Ana. Me recordaron que no estaba sola y que Dios tenía un plan para mí, aunque no pudiera verlo en ese momento.

A través de la oración y el apoyo de mis amigos, encontré el valor para decir mi verdad. Expliqué a quienes me culpaban que un matrimonio es una asociación, y se necesitan dos personas para que funcione. Compartí cómo había intentado salvar mi matrimonio, pero, en última instancia, Javier había tomado su decisión. También les recordé que Dios había sido mi roca durante todo ese tiempo, y tenía fe en que Él seguiría guiándome.

Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que esos tiempos difíciles fueron una prueba de mi fe. Me enseñaron la importancia de apoyarme en Dios y confiar en Su plan. Hoy, Lucía es una joven fuerte e independiente, y estoy orgullosa de la vida que hemos construido juntas. Sé que sin la ayuda de Dios, no habría superado esos días oscuros.

Así que, si alguna vez te encuentras en una situación similar, recuerda volverte hacia Dios. Reza por fuerza, busca apoyo en tu comunidad y confía en que Él tiene un plan para ti. Con fe, puedes superar cualquier obstáculo.