«Prepárate: Mamá y Hermano Vienen a Hablar sobre la División de la Herencia»
María se sentó en la mesa de la cocina, sus dedos golpeando nerviosamente la superficie de madera. La carta de su hermano, Roberto, yacía abierta frente a ella. Era una especie de citación, una llamada para discutir la división de la herencia de su difunta madre. Había renunciado a su parte de la herencia a favor de Roberto, creyendo que era lo correcto. Pero ahora, comenzaba a cuestionar esa decisión.
La casa en la que vivía era un regalo de su madre, entregado justo antes de que falleciera. María se había sorprendido al recibirla, pero su madre había insistido. «Lo entenderás todo más tarde,» le había dicho. «Lo más importante es no creerles – mentirán.»
Los pensamientos de María fueron interrumpidos por el sonido de un coche entrando en el camino de entrada. Miró por la ventana y vio a Roberto y a su madre, Soledad, bajando del vehículo. Su corazón se hundió. Sabía que esta reunión no sería fácil.
Al entrar en la casa, los ojos de Soledad recorrieron la habitación con una mirada crítica. «Bonito lugar tienes aquí,» dijo, con un tono cargado de sarcasmo.
«Gracias,» respondió María, tratando de mantener su voz firme. «Sentémonos y hablemos.»
Se reunieron alrededor de la mesa de la cocina, la tensión en el aire era palpable. Roberto carraspeó y comenzó a hablar. «María, necesitamos hablar sobre la herencia. Sabes que mamá me dejó todo, pero necesitamos asegurarnos de que todo sea justo.»
María asintió, aunque sentía un nudo formándose en su estómago. «Lo entiendo. Pero pensé que ya habíamos acordado esto. Renuncié a mi parte para que tú pudieras tenerla.»
Soledad se inclinó hacia adelante, sus ojos entrecerrados. «Eso fue antes de que supiéramos sobre la casa. ¿Por qué mamá te la dio a ti?»
María respiró hondo, tratando de mantener sus emociones bajo control. «Dijo que era porque yo la cuidé en sus últimos días. Quería que tuviera un lugar donde vivir.»
Roberto negó con la cabeza. «Eso no tiene sentido. Mamá siempre dijo que todo debería dividirse por igual.»
María sintió las lágrimas acumulándose en sus ojos. «No sé qué más decirte. Eso es lo que ella quería.»
La expresión de Soledad se suavizó por un momento, pero luego se endureció nuevamente. «Necesitamos involucrar a la tía Cora. Ella sabe más sobre esto que nosotros.»
El corazón de María se hundió aún más al mencionar a la tía Cora. La hermana menor de su madre siempre había sido una fuente de tensión en la familia. No tenían contacto con ella desde hacía años, y parecía que la tía Cora se había quedado con toda la herencia para ella.
«¿Es necesario?» preguntó María, su voz apenas un susurro.
«Sí,» dijo Roberto firmemente. «Necesitamos llegar al fondo de esto.»
Los siguientes días fueron un torbellino de llamadas telefónicas y reuniones. La tía Cora fue tan difícil como siempre, negándose a cooperar e insistiendo en que todo se había hecho según los deseos de su madre. La tensión entre María y su familia creció con cada día que pasaba.
Al final, no hubo resolución. La familia quedó destrozada por la desconfianza y las acusaciones. María perdió no solo su hogar sino también su relación con su hermano y su madre. Las palabras de su madre resonaban en su mente: «Lo más importante es no creerles – mentirán.» Pero ahora, se preguntaba si esas palabras también habían sido dirigidas a ella.