«Hijo, Tendrás un Hogar. Solo Por Favor, Cuida de Tu Hermana Enferma»: Susurró la Madre

«Escúchame, hijo…» susurró la madre, su voz apenas audible sobre el zumbido del equipo médico que la rodeaba. Cada palabra era una lucha mientras la enfermedad lentamente drenaba su vida. Yacía en la cama, frágil y demacrada. Gregorio apenas podía reconocerla; siempre había sido alta, fuerte y llena de vida. Pero ahora…

«Hijo, por favor, no dejes a Nevaeh… Ella necesita a alguien que la cuide. No es como los demás,» continuó, sus ojos suplicantes.

El corazón de Gregorio se encogió al mirar a su madre. La recordaba como una mujer vibrante que podía iluminar cualquier habitación con su sonrisa. Ahora, era una sombra de su antiguo ser, y todo era por culpa de la implacable enfermedad que se había apoderado de ella.

«Mamá, no te preocupes por Nevaeh. Yo cuidaré de ella,» prometió Gregorio, su voz ahogada por la emoción.

Nevaeh era la hermana menor de Gregorio, y siempre había sido diferente. Diagnosticada con un raro trastorno neurológico a una edad temprana, requería cuidados y atención constantes. Su madre había sido su principal cuidadora, pero ahora esa responsabilidad recaía sobre los hombros de Gregorio.

A medida que pasaban los días, la condición de su madre empeoraba. Gregorio hacía lo mejor que podía para compaginar su trabajo y cuidar de Nevaeh, pero era abrumador. Tuvo que dejar su trabajo para estar con su hermana a tiempo completo. Las facturas se acumulaban y el estrés le pasaba factura.

Una noche, mientras Gregorio estaba sentado junto a la cama de su madre, ella extendió la mano y tomó la suya. «Gregorio, quiero que te quedes con la casa,» dijo débilmente. «Es todo lo que puedo darte.»

Las lágrimas llenaron los ojos de Gregorio mientras asentía. «Gracias, mamá,» susurró.

Su madre falleció unos días después, dejando a Gregorio y Nevaeh solos en el mundo. La casa era un regalo agridulce; estaba llena de recuerdos de tiempos más felices pero también servía como un recordatorio constante de su pérdida.

Gregorio hizo lo mejor que pudo para cuidar de Nevaeh, pero era una batalla cuesta arriba. Su condición requería cuidados médicos especializados que él no podía permitirse. Se puso en contacto con los servicios sociales para pedir ayuda, pero el sistema estaba saturado y la asistencia tardaba en llegar.

Una noche particularmente difícil, Nevaeh tuvo una convulsión severa. Gregorio entró en pánico y llamó al 112. Los paramédicos llegaron rápidamente y la estabilizaron, pero advirtieron a Gregorio que ella necesitaba cuidados más intensivos de los que él podía proporcionar en casa.

Sintiéndose derrotado, Gregorio tomó la desgarradora decisión de internar a Nevaeh en un centro especializado. Fue lo más difícil que había hecho en su vida, pero sabía que era lo que ella necesitaba.

Visitar a Nevaeh en el centro se convirtió en una parte regular de la rutina de Gregorio. Observaba cómo recibía los cuidados y la atención que necesitaba de profesionales capacitados. Era un pequeño consuelo saber que estaba en buenas manos, pero no aliviaba la culpa que sentía por no poder cuidarla él mismo.

Con el tiempo, Gregorio luchó por reconstruir su vida. Encontró un nuevo trabajo e intentó seguir adelante, pero el peso de sus responsabilidades y la pérdida de su madre nunca lo abandonaron. Visitaba a Nevaeh cada vez que podía, llevándole pequeños regalos y pasando tiempo con ella.

Un día, mientras Gregorio estaba sentado junto a Nevaeh en el centro, ella lo miró con un raro momento de claridad. «Gracias por cuidarme,» dijo suavemente.

Gregorio sonrió entre lágrimas y le tomó la mano. «Siempre cuidaré de ti, Nevaeh,» prometió.

Pero en el fondo sabía que por mucho que lo intentara, nunca podría llenar completamente el vacío dejado por la ausencia de su madre.