«El Marido Sugirió que su Esposa Postrada en Cama Enviara a los Niños a Acogida, Luego Desapareció con su Amante»

Guillermo siempre había sido un hombre ambicioso, pero sus sueños a menudo eclipsaban sus responsabilidades. Casado con Gracia, una esposa amorosa y devota, tenían dos hermosos hijos, Lucía y Javier. La vida parecía perfecta hasta que a Gracia le diagnosticaron una enfermedad debilitante que la dejó postrada en cama.

A medida que la condición de Gracia empeoraba, la paciencia de Guillermo se agotaba. La carga de cuidar a su esposa e hijos se volvió demasiado para él. Comenzó a pasar más tiempo fuera de casa, buscando consuelo en los brazos de su amante, Pilar. Pilar era todo lo que Gracia ya no podía ser: vibrante, despreocupada y libre de responsabilidades.

Una noche, Guillermo llegó a casa con una sugerencia radical. «Gracia,» dijo, evitando sus ojos, «creo que lo mejor es que enviemos a Lucía y Javier a acogida. Tú no puedes cuidarlos y yo… yo no puedo hacer esto solo.»

Gracia estaba horrorizada. «¡Son nuestros hijos, Guillermo! ¿Cómo puedes siquiera pensar en abandonarlos?»

Pero Guillermo ya había tomado una decisión. Una semana después, hizo las maletas y se fue sin decir una palabra, llevándose a Pilar con él. Gracia quedó sola, desconsolada e indefensa, sin forma de cuidar a sus hijos.

Lucía y Javier fueron colocados en acogida, separados el uno del otro y de su madre. Los años pasaron y crecieron en diferentes hogares, cada uno llevando las cicatrices de la traición de su padre. La salud de Gracia continuó deteriorándose y falleció unos años después, sin haber vuelto a ver a sus hijos.

Guillermo y Pilar se mudaron a otra comunidad autónoma, donde comenzaron una nueva vida juntos. Guillermo trató de olvidar su pasado, pero la culpa lo carcomía. Pilar eventualmente lo dejó por otro hombre, dejando a Guillermo solo y arrepentido.

Veinticinco años después, un increíble giro del destino trajo a Guillermo de vuelta a su ciudad natal. Era una sombra del hombre que una vez fue: viejo, cansado y lleno de remordimientos. Decidió buscar a Lucía y Javier, esperando algún tipo de redención.

Encontró a Lucía primero. Ahora era una abogada exitosa, pero el dolor de su infancia seguía fresco en su mente. Cuando Guillermo se le acercó, ella lo reconoció de inmediato. «¿Qué quieres?» preguntó fríamente.

«Yo… quería disculparme,» tartamudeó Guillermo. «Sé que no puedo compensar lo que hice, pero necesito que sepas que lo siento.»

Los ojos de Lucía se llenaron de lágrimas, pero no eran lágrimas de perdón. «Nos abandonaste,» dijo. «Nos dejaste para que nos las arregláramos solos mientras te ibas con tu amante. No hay disculpa que pueda arreglar eso.»

Guillermo luego buscó a Javier, quien se había convertido en maestro. Javier escuchó la disculpa de su padre pero se mantuvo distante. «Nos dejaste cuando más te necesitábamos,» dijo. «No puedes volver ahora y pretender que todo está bien.»

Guillermo se dio cuenta de que sus acciones habían causado un daño irreparable. Había esperado perdón pero solo encontró la fría realidad de sus elecciones. Regresó a su apartamento vacío, lleno del peso de sus remordimientos.

Al final, las acciones de Guillermo estaban más allá de la redención. Había perdido a su familia para siempre y ninguna cantidad de disculpas podría cambiar eso. Pasó el resto de sus días solo, atormentado por los recuerdos de la familia que había abandonado.