«Abuelo, ¿Por Qué No Quieres Que Vivamos Mejor?» Preguntó Su Nieta
Juan se sentó en su desgastado sillón reclinable, mirando la pantalla parpadeante del televisor. Las noticias estaban puestas, pero realmente no las estaba viendo. Su mente estaba en otro lugar, enredada en una maraña de preocupaciones y arrepentimientos. Habían sido unos meses difíciles, y las constantes llamadas telefónicas de su familia solo añadían más estrés.
«Abuelo, ¿por qué no quieres que vivamos mejor?» le había preguntado su nieta, Ana, el otro día. Sus ojos inocentes estaban llenos de confusión y un toque de tristeza. Juan no tuvo respuesta para ella entonces, y todavía no la tenía ahora.
La hija de Juan, Sara, y su esposo, Miguel, estaban luchando para llegar a fin de mes. Habían perdido sus trabajos durante la recesión económica y ahora vivían al día. Sus dos hijos, Ana y su hermano menor, Javier, estaban atrapados en medio de todo. La familia se había mudado temporalmente con Juan, pero ese «temporalmente» se había extendido a meses.
El teléfono volvió a sonar, interrumpiendo el tren de pensamientos de Juan. Suspiró y lo levantó. Era Sara.
«Papá, tenemos que hablar,» dijo ella con voz tensa.
«¿Qué pasa ahora?» preguntó Juan, aunque ya sabía la respuesta.
«Estamos atrasados con el alquiler otra vez. Miguel ha estado buscando trabajo, pero está difícil allá afuera. No sabemos qué hacer,» explicó Sara.
Juan sintió una punzada de culpa. Quería ayudarlos, pero su propia situación financiera tampoco era buena. Vivía de su pensión y ahorros, que se estaban agotando más rápido de lo que había anticipado.
«Veré qué puedo hacer,» dijo Juan, aunque no estaba seguro de lo que eso significaba.
Después de colgar, Juan se recostó en su silla y cerró los ojos. Recordó una época en la que las cosas eran más simples, cuando podía proveer para su familia sin pensarlo dos veces. Pero esos días habían quedado atrás.
La pregunta de Ana resonaba en su mente. ¿Por qué no quería que vivieran mejor? No es que no lo quisiera; simplemente no sabía cómo hacerlo realidad. El mundo había cambiado tanto desde que él tenía su edad. Los trabajos eran escasos y el costo de vida era más alto que nunca.
Juan decidió salir a caminar para despejar su mente. Mientras paseaba por el vecindario, vio a otras familias lidiando con luchas similares. La comunidad que una vez prosperaba ahora era una sombra de lo que fue. Las casas estaban embargadas, los negocios cerrados y la esperanza parecía escasear.
Cuando regresó a casa, Ana lo estaba esperando en el porche.
«Abuelo, ¿pensaste en mi pregunta?» preguntó ella.
Juan asintió lentamente. «Sí, cariño. Y quiero que sepas que sí quiero que todos vivan mejor. Es solo que… las cosas están complicadas ahora.»
Ana miró hacia sus pies. «Extraño cómo eran las cosas antes.»
«Yo también,» admitió Juan. «Pero tenemos que seguir intentándolo. No podemos rendirnos.»
Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. A pesar de sus mejores esfuerzos, Sara y Miguel no pudieron encontrar trabajos estables. Las facturas se acumulaban y el estrés afectaba a todos. Juan hizo lo que pudo para ayudar, pero nunca era suficiente.
Una noche, mientras todos se sentaban a cenar frugalmente, Juan miró alrededor de la mesa a su familia. Estaban cansados y agotados, pero estaban juntos. Se dio cuenta de que aunque no tuvieran mucho en términos de riqueza material, todavía se tenían unos a otros.
Pero incluso ese pequeño consuelo no podía cambiar su realidad. La tensión financiera eventualmente llevó a más discusiones y tensiones dentro del hogar. La relación de Sara y Miguel comenzó a desmoronarse bajo la presión, y Ana y Javier sintieron el impacto del estrés de sus padres.
Al final, Juan no pudo salvarlos de sus dificultades. La familia se vio obligada a mudarse de la casa de Juan cuando ya no pudieron costear ni lo básico. Se fueron por caminos separados, cada uno tratando de encontrar una manera de sobrevivir en un mundo que parecía cada vez más implacable.
Juan se quedó solo en su sillón reclinable, mirando una vez más la pantalla parpadeante del televisor. La pregunta de Ana aún lo perseguía: «Abuelo, ¿por qué no quieres que vivamos mejor?» Ahora sabía que no se trataba de querer o no querer; se trataba de la dura realidad de que a veces, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, la vida no mejora.