Mi Marido, el Fantasma de Nuestra Casa: Siempre con su Madre o Absorbido por el Trabajo

A pesar de las esperanzas y esfuerzos de Estefanía, la situación no mejoró. Estefanía se quedó sola para enfrentar los desafíos relacionados con la paternidad y la carrera, llorando la pérdida de la asociación que una vez tuvo. Cristian, parecía, estaba contento de vivir en algún lugar entre el trabajo y la casa de su madre, dejando a su familia en segundo plano.

Estefanía estaba sentada en la mesa de la cocina, y la luz delicada del sol de la mañana apenas compensaba la ausencia fría frente a ella. Cristian, su marido, había salido de nuevo temprano al trabajo, al menos eso decía su nota. En los últimos días, se sentía como si viviera con un fantasma, no con el hombre con el que se había casado.

Su relación no siempre había sido tan tensa. Al principio, Cristian era atento y presente. Pasaban los fines de semana explorando la ciudad o simplemente disfrutando de la compañía del otro en casa. Pero con el tiempo, especialmente después del nacimiento de su hija, Ana, Cristian comenzó a desaparecer.

Al principio, Estefanía intentó darle el beneficio de la duda. Entendía que convertirse en padre es un cambio significativo y que Cristian podría tener dificultades para adaptarse. Sin embargo, rápidamente se hizo evidente que su ausencia no era solo sobre la adaptación a la paternidad.

Cristian siempre estaba o en la casa de su madre o absorbido por el trabajo. Su madre, Elena, siempre había sido una presencia fuerte en su vida, pero ahora parecía que era la única persona con la que quería pasar tiempo. Siempre que Estefanía traía a colación este problema, Cristian desestimaba sus preocupaciones, diciendo que estaba tratando de ser un buen hijo y de proveer para la familia.

Los amigos de Estefanía, como Juan y Alejandro, le decían que podría mejorar cuando volviera al trabajo después de la baja por maternidad. Esperaban que retomar su carrera trajera cierta normalidad a su vida. Pero, en el fondo, Estefanía temía que nada cambiaría.

La distancia entre ellos crecía cada día. Las conversaciones se volvieron transaccionales, enfocándose solo en las necesidades de Ana o en las tareas del hogar. El calor y el amor que una vez definieron su relación parecían desaparecer, dejando en su lugar un vacío frío.

Una noche, después de acostar a Ana, Estefanía decidió confrontar a Cristian. Esperó su regreso a casa, repitiendo en su mente lo que quería decirle. Pero a medida que pasaban las horas, Cristian no aparecía. Frustrada y herida, Estefanía llamó a su teléfono, solo para ser redirigida a su buzón de voz.

A la mañana siguiente, Cristian estaba de vuelta en la mesa de la cocina, como si nada hubiera pasado. Cuando Estefanía le preguntó dónde había estado, simplemente dijo que había perdido la noción del tiempo en la casa de su madre. El desdén con el que desestimó sus sentimientos fue la gota que colmó el vaso para Estefanía.

En las semanas siguientes, sus interacciones se volvieron aún más tensas. Estefanía se dio cuenta de que el hombre con el que se había casado ya no estaba presente en su vida. Se había convertido en un fantasma, acechando la casa que una vez compartieron con su ausencia.