«Me dejaste, ahora somos extrañas»: hija le dice a madre tras largas jornadas laborales
Victoria siempre había sido un pilar de fortaleza, manejando sus roles de madre y mujer de carrera con una gracia que parecía sin esfuerzo. Pero bajo la superficie, las grietas comenzaban a mostrarse. Su hija, Aria, crecía rápidamente, y con cada día que pasaba, Victoria sentía que la brecha entre ellas se ampliaba.
Habían pasado ocho años desde que Sergio salió de sus vidas. Victoria aún recordaba aquella fría mañana de enero cuando se despertó y encontró su lado de la cama vacío, sus pertenencias desaparecidas, y solo una nota diciendo que no podía manejar la presión. Se quedó sola con un bebé recién nacido, una hipoteca, y un corazón tan roto que parecía irreparable.
Decidida a no dejar que sus circunstancias la definieran, Victoria se sumergió en su trabajo. Ascendió en la escalera corporativa a un ritmo impresionante, su éxito en la oficina llenando el vacío que la partida de Sergio había dejado. Pero a medida que su carrera despegaba, su tiempo en casa disminuía. Las niñeras y cuidadoras presenciaban más hitos de Aria de los que ella lo hacía.
En un día particularmente agotador, Victoria llegó a casa más tarde de lo habitual. La casa estaba en silencio, las luces atenuadas, con solo el tenue resplandor del dormitorio de Aria cortando la oscuridad. Al acercarse de puntillas, pudo escuchar los suaves sollozos de su hija. Al abrir la puerta, encontró a Aria acurrucada en la cama, su cara enterrada en la almohada.
“Aria, cariño, ¿qué pasa?” La voz de Victoria era suave, cargada de preocupación.
La cabeza de Aria se levantó de golpe, sus ojos rojos e hinchados por el llanto. “¡Tú no lo sabrías, verdad? ¡Nunca estás aquí!” gritó, su voz una mezcla de ira y tristeza.
Victoria sintió como si la hubieran abofeteado. Tomó una respiración profunda, tratando de estabilizar su voz. “Aria, sabes que tengo que trabajar. Hemos hablado de esto. Somos solo tú y yo, y estoy haciendo lo mejor que puedo.”
“¡Pero siempre es por el trabajo! Te perdiste mi obra de teatro en la escuela, mi exposición de arte la semana pasada, y ahora ni siquiera recordaste la cena de mi cumpleaños esta noche!” Las palabras de Aria salieron precipitadas, cada una un puñal al corazón de Victoria.
La realización golpeó a Victoria como un tonel de ladrillos. En su afán por proporcionar todo lo que Aria pudiera necesitar, había dejado de proporcionar lo que Aria más necesitaba: a su madre. “Lo… lo siento mucho, Aria. No me di cuenta…”
“¡Es demasiado tarde, mamá! Te necesitaba, y no estabas aquí. Me dejaste, igual que papá. Excepto que tú todavía estás aquí, y de alguna manera, eso se siente peor,” la voz de Aria se quebró mientras se volteaba, su cuerpo temblando con sollozos.
Las rodillas de Victoria se debilitaron. Extendió la mano para tocar a Aria, pero su hija se encogió. De pie allí, en la habitación tenue, Victoria sintió una profunda soledad. Su trabajo, que había sido su refugio, ahora se sentía como su prisión.
Al retroceder, permitiendo a Aria su espacio, Victoria sabía que su relación quizás nunca volvería a ser la misma. Había sacrificado demasiado, y el costo se estaba volviendo dolorosamente claro. La habitación se sentía más fría mientras susurraba un buenas noches, dejando a Aria en su soledad.
Esa noche, mientras Victoria yacía en su propia cama, el silencio de la casa era ensordecedor. Se dio cuenta de que, al tratar de no ser como Sergio, había seguido inadvertidamente sus pasos, dejando a su hija sintiéndose igual de abandonada.