La lección de Andrés: El precio del tiempo no correspondido
Andrés siempre había sido un dador. Ya fuera su tiempo, su atención o sus recursos, nunca dudaba en ofrecerlos a aquellos que le importaban. Entre sus amigos—Ethan, Juan, Kylie, Carla y Zoe—Andrés era conocido como el fiable, el hombro en el que apoyarse, aquel que lo dejaría todo para ayudar. Pero había una persona que siempre parecía exigir más de Andrés que cualquier otro: Zoe.
Zoe y Andrés se conocieron durante su primer año de universidad, y Andrés quedó inmediatamente cautivado por ella. Era vibrante, llena de vida y parecía iluminar cualquier habitación en la que entraba. Andrés, siendo naturalmente introvertido, se sintió atraído por su energía como una polilla a la llama. Con el tiempo, se hicieron cercanos, o al menos, Andrés lo sentía así. Pasaba horas ayudando a Zoe con sus tareas, escuchando sus problemas y apoyándola a través de su interminable serie de rupturas y reconciliaciones.
Con el paso de los años, los sentimientos de Andrés por Zoe se profundizaron, pero siempre había algo que le retenía de confesarlos. Quizás era el miedo al rechazo o la preocupación de perder la amistad que tenían. Así que, continuó siendo el amigo siempre presente, siempre ahí cuando Zoe lo necesitaba, pero nunca cruzando esa línea.
Después de la universidad, sus vidas los llevaron en direcciones diferentes. Andrés se mudó a otra ciudad por su trabajo, mientras que Zoe viajaba, explorando el mundo y viviendo las aventuras de las que siempre había hablado. A pesar de la distancia, Andrés hizo un esfuerzo por mantenerse en contacto, llamando, enviando mensajes y hasta visitando cuando podía. Pero con el tiempo, comenzó a notar un patrón. Las respuestas de Zoe se volvieron más cortas, sus llamadas menos frecuentes y su interés en su vida aparentemente disminuyó.
Fue durante una de sus visitas a su ciudad universitaria, un encuentro planeado con Zoe, que Andrés enfrentó la dolorosa verdad. Después de esperar horas en el café en el que habían quedado, Zoe nunca apareció. Ni una llamada, ni un mensaje, nada. Fue entonces cuando Andrés se dio cuenta de que había estado aferrándose a una amistad que quizás significaba más para él de lo que jamás significó para Zoe.
El viaje de regreso a casa fue largo, lleno de reflexión y un profundo sentido de pérdida. Andrés no pudo evitar sentirse tonto por todo el tiempo que había invertido en alguien que claramente no lo valoraba como él lo hacía. Fue una lección dolorosa, pero que trajo consigo una cierta claridad. Andrés comenzó a entender la importancia de valorar su propio tiempo y la necesidad de gastarlo con personas que lo apreciaran tanto como él.
La historia de Andrés y Zoe no tuvo un final feliz, pero no todas las historias lo tienen. A veces, los finales están ahí para enseñarnos lecciones, para ayudarnos a crecer y recordarnos que la persona más importante en la que podemos invertir nuestro tiempo somos nosotros mismos.