De repente, se me acercó un hombre cansado y encorvado, a quien reconocí como mi amor perdido hace tiempo. No pudo pronunciar ni una palabra
En las calles abarrotadas de un pequeño pueblo español, bajo el brillo tenue de las farolas, se me acercó una figura. Sus pasos eran lentos, cargados con un peso invisible, y su postura era tal, que parecía llevar el peso del mundo sobre sus hombros. A medida que se acercaba, mi corazón latía más fuerte. Era Jacobo, el hombre a quien una vez entregué mi corazón, luciendo completamente diferente a la persona vivaz que recordaba. Su rostro estaba cansado, sus ojos vacíos, y parecía haber envejecido décadas en los pocos años desde la última vez que lo vi.
Creciendo, yo era Justina, una chica que nunca vio su reflejo como algo especial. Era dolorosamente consciente de mis imperfecciones, constantemente comparándome con Magda y Sylwia, mis amigas sin esfuerzo hermosas. Siempre parecían estar en el centro de atención, atrayendo miradas de admiración dondequiera que fueran, mientras yo permanecía en las sombras, desapercibida.
Entonces, Jacobo entró en mi vida. Era diferente a cualquier persona que hubiera conocido antes. Me veía, realmente me veía, más allá de la apariencia física y las inseguridades. Con él, me sentí amada, valorada y, lo más importante, vista. Nos volvimos inseparables y pronto decidimos vivir juntos, lo que fue un testimonio de nuestro compromiso y amor mutuo.
Pero con el tiempo, la euforia inicial de nuestra relación comenzó a desvanecerse. Jacobo empezó a llegar tarde, sus razones eran vagas, y sus disculpas poco convincentes. Nuestras conversaciones, una vez llenas de risas y sueños sobre el futuro, se volvieron tensas, llenas de un silencio que decía mucho. Intenté entender qué estaba pasando, pero sentí que estaba luchando una batalla perdida.
Un día, él se fue. Sin carta, sin despedida, solo un espacio vacío donde estaban sus cosas. Me quedé con un corazón roto que parecía consumirme, un constante recordatorio de lo que había perdido.
Los años pasaron, la vida continuó. Me enfoqué en mi carrera, construí una vida para mí, pero la sombra de mi amor perdido todavía me seguía, un amargo recuerdo de lo que podría haber sido.
Y ahora, aquí estaba, de pie frente a mí, un fantasma del pasado. Sus ojos se encontraron con los míos, llenos de una emoción que no pude descifrar. Abrió la boca para hablar, pero no salieron palabras. En su lugar, una sola lágrima rodó por su mejilla, un testimonio silencioso del dolor y el arrepentimiento que parecía rodearlo.
Quería alcanzarlo, preguntar qué había pasado, dónde había estado, pero algo me detuvo. Los años habían construido un muro entre nosotros que no se podía derribar fácilmente. Así que nos quedamos allí, dos personas unidas por un amor pasado, pero separadas por una distancia insuperable.
Finalmente, se dio la vuelta y se alejó, su figura desapareció en la noche, dejándome con un dolor de corazón que se sentía tan fresco como el día en que se fue. Fue un doloroso recordatorio de que algunas historias no tienen finales felices, y algunas heridas nunca se curan realmente.