«¿Cuál es tu valor?» – Una parábola moderna
Esteban siempre había sido un buscador. Desde que era pequeño, tenía una curiosidad insaciable sobre el mundo y su lugar en él. A medida que crecía, esta curiosidad se transformó en una búsqueda de significado y propósito. Buscó respuestas en libros, en los consejos de sus amigos como Juan y Zacarías, y en momentos de reflexión junto a su hermana, Horacia. Sin embargo, las respuestas parecían tan esquivas como siempre.
Un día, mientras caminaba por la ciudad, Esteban se encontró con una pequeña tienda insignificante, escondida entre las fachadas más imponentes de otras tiendas. El letrero sobre la puerta decía «Antigüedades de Abraham», y algo sobre la simplicidad del lugar lo atrajo hacia adentro.
La tienda estaba débilmente iluminada, llena de objetos de una época pasada. Cada artículo parecía susurrar historias sobre el pasado, sobre el amor, la pérdida y el paso del tiempo. En la parte trasera de la tienda, sentada detrás de un escritorio abarrotado, había una mujer mayor. Sus ojos brillaban con una sabiduría conocedora mientras miraba a Esteban. Su nombre era Abraham.
Esteban se encontró hablándole a Abraham sobre su búsqueda de significado y su frustración por la aparente falta de propósito. Abraham lo escuchó en silencio, asintiendo mientras Esteban hablaba. Cuando terminó, ella se levantó y se dirigió hacia un pequeño armario cerrado con llave. Sacó un espejo viejo y polvoriento y se lo entregó a Esteban.
«Este espejo», comenzó Abraham, «ha estado en mi familia durante generaciones. Tiene un poder único. No te muestra tu reflejo, sino tu valor.»
Esteban, escéptico pero intrigado, miró en el espejo. En lugar de su reflejo, vio destellos de su vida: momentos de bondad, risa y amor. Pero a medida que las imágenes continuaban, cambiaron. Vio momentos de egoísmo, ira y dolor. El espejo no se esquivó ni juzgó; simplemente mostró la verdad.
Abraham habló de nuevo, «Tu valor no puede ser medido por el bien que haces, esperando nada a cambio, ni puede ser disminuido por tus errores. Es constante, intrínseco e invaluable.»
Esteban dejó la tienda con el espejo, con el corazón pesado y la mente llena de pensamientos. Se dio cuenta de que su búsqueda de significado había sido errónea. No se trataba de encontrar un propósito grandioso o de lograr grandes cosas. Se trataba de vivir, verdaderamente, en cada momento, y de reconocer el valor en sí mismo y en los demás.
Pero la realización por sí sola no fue suficiente. Esteban luchó por aplicar este nuevo entendimiento en su vida. Sus relaciones, especialmente con Rubí, una amiga que conocía desde la infancia, comenzaron a sufrir. Se encontró atrapado entre la persona que quería ser y la persona que era. El espejo, una vez una fuente de fascinación, se convirtió en un recordatorio de sus fracasos.
Al final, la búsqueda de Esteban por significado lo llevó a un lugar de aislamiento. Había aprendido el valor de la vida y de la autoestima, pero el conocimiento llegó demasiado tarde. Su incapacidad para reconciliar el pasado con el presente lo dejó alienado de aquellos a quienes más amaba. El espejo, que había prometido tanto, quedó olvidado, acumulando polvo en un estante.
La historia de Esteban sirve como una parábola moderna, una historia de advertencia sobre la importancia de comprender el propio valor, pero también sobre la necesidad crítica de actuar en base a ese entendimiento antes de que sea demasiado tarde.