«Temor por el futuro de mi hijo: el legado de mi marido y las reclamaciones de su familia»
Alicia se sentó en silencio en la mesa de la cocina, sus dedos recorriendo los bordes del cheque nítido que tenía delante. La cantidad, 135.000 dólares, estaba escrita en negrita, una suma que le dejó una tía lejana a la que apenas recordaba. Era una cantidad que cambiaba la vida, pero al mirar a su marido, Gregorio, su corazón se hundió con una mezcla de miedo e incertidumbre.
Los ojos de Gregorio brillaban con planes y posibilidades. «Finalmente podríamos remodelar la cocina y el baño», reflexionó, su voz llena de emoción. «Quizás incluso derribar esa pared para hacer el salón más grande.»
Alicia asintió, su mente acelerada. El apartamento en el que vivían era espacioso y bien ubicado, pero no era suyo. Pertenecía a la madre de Gregorio, Cayetana, quien generosamente les había permitido vivir allí después del complicado divorcio de Gregorio. Gregorio tenía dos hijos, Miguel y Cayetana, de su matrimonio anterior. Visitaban a menudo, cada estancia recordándole a Alicia que su lugar en esta familia extendida era más de inquilina que de propietaria.
«Pero no es nuestro lugar, Greg», Alicia finalmente dijo, su voz apenas un susurro. «¿No deberíamos ahorrar el dinero para algo más… permanente? ¿Quizás un lugar propio?»
La cara de Gregorio se ensombreció por un momento, pero rápidamente ocultó su decepción con una sonrisa. «Lo sé, lo sé. Pero piensa en lo feliz que estaría mamá si arregláramos su lugar. Es un beneficio para todos, Alicia.»
Alicia quería discutir, luchar por un futuro que se sintiera más seguro para ella y su hijo, Alejandro, de una relación anterior. Pero sabía que discutir con Gregorio delante de su madre, que acababa de entrar en la habitación, sería inútil.
Cayetana, una mujer severa con ojos agudos, siempre había sido amable pero distante con Alicia. «Arreglar este lugar es una buena inversión», intervino Cayetana, su voz firme. «Aumenta el valor de la propiedad. Es una movida inteligente.»
Sintiéndose superada en número, Alicia accedió. Las renovaciones comenzaron y el apartamento se transformó. Nuevos armarios, un baño moderno y un salón ampliado dieron nueva vida al viejo espacio. Gregorio y Cayetana estaban eufóricos, su entusiasmo un marcado contraste con la creciente sensación de inquietud de Alicia.
Pasaron los meses y la relación entre Alicia y Gregorio comenzó a tensarse. La presión financiera y la constante presencia de la familia de Gregorio pesaban mucho sobre Alicia. Sus preocupaciones sobre el futuro crecían, especialmente por Alejandro, quien parecía cada vez más un extraño en su propio hogar.
Una noche fría, mientras Alicia arropaba a Alejandro en la cama, él la miró con ojos preocupados. «Mamá, ¿viviremos siempre aquí? ¿Y si abuela Cayetana quiere que nos vayamos?»
El corazón de Alicia se rompió un poco. «No lo sé, cariño», admitió, su voz suave. «Pero prometo que, pase lo que pase, estaremos bien.»
Al día siguiente, los temores de Alicia se materializaron. Gregorio la sentó, su expresión sombría. «Alicia, mi madre… está planeando vender el apartamento. Cree que es un buen momento, ahora que está todo arreglado.»
Atónita, Alicia sintió que la habitación giraba. «¿Pero dónde iremos? ¿Qué pasa con el dinero que gastamos?»
Gregorio suspiró, evitando su mirada. «Lo siento, Alicia. Pensé que estábamos haciendo lo correcto.»
Mientras Gregorio se iba a discutir los detalles con su madre, Alicia se quedó sola, el peso de su realidad aplastándola. Había invertido su futuro en un hogar que nunca fue suyo para mantener, y ahora, sin ahorros y sin hogar, el futuro que temía para su hijo parecía casi seguro.