«Horas de insomnio y una receta amarga»
Viviana había estado despierta durante incontables horas, su mente agitada con recuerdos que se negaban a desvanecerse en la oscuridad de la noche. A pesar del agotamiento que se adhería a ella como una segunda piel, se encontró poniéndose su bata y dirigiéndose a la cocina. Esperaba que el acto de cocinar calmara su espíritu inquieto.
Eran casi las 3 AM, y el silencio de la casa se sentía opresivo, casi tangible. Mientras se movía por la cocina, recogiendo ingredientes, sus pensamientos inevitablemente volvían a Enrique. Él había parecido un sueño hecho realidad cuando se conocieron: encantador, atento y siempre con un cumplido a punto. Pero a medida que pasaban los meses, la fachada se había desmoronado lentamente, revelando al extraño que había debajo.
Esta noche, su mente repasaba una velada en particular, un punto de inflexión que no podía sacudirse. Habían estado en una cena en casa de unos amigos, y Enrique había reído un poco demasiado fuerte ante un chiste que no tenía gracia, sus ojos escaneando la sala con una frialdad que no llegaba a su sonrisa. Más tarde, cuando estaban solos, su comportamiento había cambiado por completo. La dulzura había desaparecido, reemplazada por una crítica aguda y cortante que dejaba a Viviana sintiéndose pequeña e insignificante.
Sacudiendo la cabeza como si quisiera disipar el recuerdo, Viviana se concentró en la tarea que tenía entre manos. Decidió hacer la receta de chili de su abuela, una mezcla compleja de especias y calor, algo para involucrar todos sus sentidos y quizás quemar la amargura persistente de sus pensamientos.
Mientras las cebollas chisporroteaban en la sartén, su teléfono vibró. Era un mensaje de Delia, su amiga más cercana. “¿Tampoco puedes dormir? ¿Quieres hablar?” decía. Viviana miró la pantalla durante un largo momento antes de dejar el teléfono a un lado. No estaba lista para hablar, para articular la confusión y el dolor que giraban en su interior.
El chili hervía a fuego lento en la estufa, el aroma llenaba la cocina. Debería haber sido reconfortante, pero esa noche era solo otro recordatorio del pasado. A Enrique le encantaba este plato. Había elogiado su cocina, sus palabras siempre teñidas con un filo que sugería que estaba sorprendido de que ella pudiera hacer algo bien.
A medida que el reloj avanzaba hacia las 4 AM, el agotamiento de Viviana finalmente la alcanzó. Apagó la estufa y se sentó en la mesa de la cocina, con la cabeza apoyada en las manos. La casa estaba en silencio, salvo por el tic-tac del reloj y sus propias respiraciones irregulares.
Pensó en llamar a Helena, otra amiga que le había ofrecido su apoyo cuando dejó a Enrique por primera vez. Pero, ¿qué podría hacer Helena? La realidad era que Viviana necesitaba enfrentar esto por sí misma, reconstruir su vida pieza por pieza, incluso si cada pieza parecía impregnada de recuerdos de él.
El chili quedó sin comer. Viviana finalmente regresó a la cama, con los primeros indicios del amanecer asomándose por los bordes de las cortinas. El sueño podría eludirla, pero el nuevo día era implacable en su llegada. Yacía allí, con los ojos bien abiertos, sabiendo que la dulzura que alguna vez había conocido con Enrique se había ido, reemplazada por la dura e inquebrantable verdad de quién era realmente.