La transformación que pensé que lo haría volver
El día que Pablo cruzó la puerta fue el día en que mi mundo se derrumbó. «Mírate, Megan,» había dicho con un tono despectivo que cortaba más profundo que cualquier cuchillo. «Te has dejado ir. Solía estar orgulloso de tenerte a mi lado, pero ahora…» Sus palabras se desvanecieron, pero su aguijón perduró, resonando en los espacios vacíos de nuestro hogar compartido.
Creciendo, a menudo me dijeron que el amor era incondicional, que veía más allá de lo superficial. Sin embargo, aquí estaba yo, descartada porque ya no encajaba en el molde de la pareja ideal de Pablo. El dolor de su partida fue una llamada de atención, un catalizador para el cambio. Estaba determinada a transformarme, no solo por Pablo, sino por la oportunidad de sentirme amable de nuevo.
Me sumergí en una rutina rigurosa de dieta y ejercicio. Cada mañana, cuando el sol asomaba por las cortinas, ya estaba levantada, atándome las zapatillas para correr. Cambié los alimentos reconfortantes por ensaladas y batidos, y lentamente, el reflejo en el espejo comenzó a cambiar. Invertí en un nuevo guardarropa, aprendí a aplicar maquillaje como una profesional y hasta cambié el color de mi cabello. Ruby, mi amiga más cercana, fue mi animadora durante todo el proceso, recordándome constantemente mi valor, pero mis ojos estaban fijos en un premio que parecía alejarse cada vez más.
Pasaron los meses, y con cada nueva versión de mí misma que emergía, sentía un creciente sentido de confianza. Estaba llamando la atención, recibiendo cumplidos de extraños, y sin embargo, la única persona por la que estaba haciendo todo esto permanecía ajena. Pablo había seguido adelante, sus redes sociales llenas de fotos de él y Emily, una mujer que, irónicamente, se parecía a la antigua yo.
La realización me golpeó como un tonelaje de ladrillos. En mi búsqueda por convertirme en lo que pensé que Pablo quería, había perdido de vista quién era. La transformación que se suponía que lo traería de vuelta a mí, en cambio, me había empujado más hacia un vacío de auto-duda y soledad. Tyler, un colega que se había convertido en amigo, intentó consolarme, diciéndome que quizás era lo mejor, que merecía a alguien que me amara por mí. Pero sus palabras, aunque amables, se sentían vacías.
El golpe final llegó en una fría tarde de otoño. Me había encontrado con Pablo y Emily en un café local. Por un momento, nuestras miradas se encontraron, y no vi ni un atisbo de reconocimiento, ni una pizca de arrepentimiento. Solo un asentimiento educado antes de que se alejara, su brazo rodeando la cintura de Emily.
Esa noche, mientras me sentaba sola en mi apartamento, rodeada de los adornos de mi transformación, me di cuenta de la dolorosa verdad. Había cambiado todo sobre mí para recuperar a alguien que nunca me había amado de verdad. Y al hacerlo, había perdido a la persona más importante de todas: yo misma.