Recién preparado o nada
El aire entre ellos se volvía tenso, una inquietud familiar se instalaba. La inflexibilidad de José respecto a las comidas recién preparadas siempre había sido un punto de discordia, pero Isabel esperaba que él pudiera ser más comprensivo, dadas las circunstancias.
José siempre había sido exigente con su comida. No era solo una preferencia; era un principio. Creía en la vitalidad de las comidas recién preparadas, convencido de que cualquier otra cosa era un compromiso con la calidad y la salud. Isabel, su pareja desde hace tres años, lo sabía demasiado bien. Había adaptado sus hábitos culinarios para alinearse con sus expectativas, pasando a menudo horas en la cocina preparando comidas desde cero.
Una noche fresca de jueves, José llegó a casa más tarde de lo habitual. Su trabajo como analista financiero a menudo le exigía más de lo que le gustaría, dejándolo exhausto y hambriento. Al entrar por la puerta, el aroma a algo inusual lo recibió. No era el olor habitual de especias y hierbas que Isabel preparaba con cuidado; era algo más, algo… recalentado.
«Isabel, ¿qué tenemos para cenar?» preguntó José, intentando ocultar su creciente inquietud.
Isabel, que estaba sentada en la mesa de la cocina ordenando el correo, lo miró con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. «Te hice tu lasaña favorita. Pero debo confesar, no está completamente fresca. La preparé el fin de semana, pensando que nos ahorraría tiempo en una noche ajetreada como esta.»
La cara de José se oscureció. «Sabes cómo me siento respecto a la comida recalentada. Pierde su esencia, su valor nutricional.»
Isabel suspiró, un sonido que llevaba el peso de muchas conversaciones similares. «Pensé que estaría bien solo esta vez. He tenido muchas cosas que hacer hoy y no tuve tiempo de empezar desde cero.»
«Lo siento, José. Pensé que sería mejor que pedir comida para llevar o hacer algo simple,» dijo Isabel, su voz apenas superando un susurro.
La decepción de José era palpable. Sin otra palabra, tomó su abrigo y se dirigió hacia la puerta. «Encontraré algo más para comer,» dijo, dejando a Isabel sola con la lasaña que le había llevado horas preparar.
Esa noche, José no regresó a casa. Pasó horas vagando por las calles, luchando con sus principios rígidos y dándose cuenta de que habían creado un muro entre él e Isabel. Cuando finalmente regresó, la casa estaba oscura, e Isabel dormía.
A la mañana siguiente, José encontró una nota en la mesa de la cocina. Isabel había salido temprano en un viaje de trabajo, un detalle que él había olvidado en medio de su argumento. La nota era corta, pero su mensaje era claro: «Necesitamos hablar sobre nosotros.»
José se sentó en la mesa de la cocina, la lasaña aún sin consumir en el refrigerador, un símbolo de la brecha entre ellos. Se dio cuenta de que su insistencia en comidas recién preparadas era más que una preferencia; era un obstáculo en el camino hacia su felicidad. Pero cuando alcanzó el teléfono para llamar a Isabel, se preguntó si no sería demasiado tarde para cerrar la brecha que sus principios habían creado.