La emotiva carta de una madre a su hijo sobre el envejecimiento: Una historia de palabras olvidadas
En el tranquilo pueblo de Arce, enclavado entre los vibrantes tonos de las hojas de otoño, Luisa se sentó junto a su ventana, bolígrafo en mano, contemplando el mundo que parecía moverse más rápido con cada día que pasaba. Las líneas en su rostro, grabadas por años de risas y penas, eran un testimonio de la vida que había vivido, una vida llena de momentos tanto preciosos como dolorosos. Hoy, se sintió obligada a escribir a su hijo, Lucas, una carta que había estado formándose en su corazón durante años.
«Querido Lucas», comenzó, su caligrafía un delicado baile de cursiva sobre el papel. «Si alguna vez notas que me estoy haciendo mayor, por favor, ten paciencia e intenta comprender por lo que estoy pasando. Verás, el mundo ya no gira de la misma manera para mí. Mis pasos son más lentos, no porque quiera molestarte, sino porque estoy tratando de aferrarme a los momentos fugaces un poco más.»
Luisa hizo una pausa, sus pensamientos derivaron a los días en que Lucas, con sus ojos brillantes y energía sin límites, insistía en que ella lo persiguiera por el jardín. Esos días parecían ahora un sueño lejano, uno al que anhelaba volver, aunque solo fuera por un momento.
«A medida que mi memoria comience a desvanecerse, y te haga las mismas preguntas una y otra vez, por favor, no suspires de frustración. Recuerda las veces que estabas aprendiendo a hablar, y yo escuchaba pacientemente tus historias, sin importar cuántas veces las repetías. No es que haya olvidado tus palabras; es solo que mi mente parece vagar por caminos que ya no reconozco.»
Las lágrimas nublaron la visión de Luisa mientras escribía, cada palabra una gota de su amor y miedo. Temía el día en que sus recuerdos se convirtieran en hojas dispersas, imposibles de recoger. Temía convertirse en una carga para Lucas, su pequeño niño que se había convertido en un hombre del que estaba inmensamente orgullosa.
«Sé que llegará un día en que quizás no te reconozca, cuando mis ojos te miren como si fueras un extraño. Por favor, sabe que mi corazón siempre te recordará, incluso si mi mente no lo hace. Eres mi hijo, mi luna y mis estrellas, y nada puede quitarnos eso.»
Luisa dobló la carta, sellándola con un beso, y la colocó en un sobre dirigido a Lucas. Nunca tuvo la oportunidad de enviarla. A la mañana siguiente, Luisa fue encontrada en paz en su silla junto a la ventana, la carta en su regazo.
Lucas, al leer las últimas palabras de su madre, fue envuelto en una ola de arrepentimiento. Deseaba haber sido más paciente, más comprensivo. Pero el tiempo, una vez ido, es algo que nunca puedes recuperar. La carta se convirtió en su posesión más preciada, un recordatorio del amor que compartieron y las palabras que deseaba poder decirle una última vez.