«Sí, yo inicié el divorcio. Quiero vivir mi propia vida», confiesa Leonor, de 60 años, a su hija Aurora

El divorcio se finalizó de manera tranquila, sin oposición por parte de Carlos, quien quizás finalmente comprendió la profundidad de los sentimientos de Leonor. Leonor se mudó a su nuevo apartamento, rodeada de cajas pero llena de una sensación agridulce de libertad.

Leonor se sentó frente a su hija Aurora en un rincón acogedor de su cafetería local favorita, jugueteando nerviosamente con la taza de cerámica frente a ella. El vapor de su café empañaba brevemente sus gafas antes de que se las quitara para limpiarlas. Aurora, notando la tensión inusual en el comportamiento de su madre, esperó pacientemente a que hablara.

«Es sobre tu padre», comenzó finalmente Leonor, con una voz que mezclaba resignación y determinación. «He decidido solicitar el divorcio.»

Aurora, sorprendida, dejó su taza con un estrépito. «Mamá, ¿qué pasó? ¿Es algo repentino, o…?»

«Se ha estado acumulando durante años», confesó Leonor, mirando por la ventana para evitar la mirada inquisitiva de su hija. «Tu padre, bueno, no ha sido de apoyo. No de las maneras que necesito.»

Leonor relató las realidades diarias de vivir con Carlos. A pesar de su jubilación, Carlos pasaba la mayoría de sus días sumergido en pasatiempos e intereses personales, dejando a Leonor manejar el hogar como lo había hecho durante los últimos 40 años. Él disfrutaba de comidas elaboradas que ella preparaba, pero nunca ofrecía ayudar a limpiar. Si hacían falta comestibles, era Leonor quien tenía que hacer el viaje a la tienda, lloviera o hiciera sol.

«Antes no me importaba, ¿sabes? Cuando tú y Juan eran jóvenes, sentía que era mi contribución a nuestra familia. Pero ahora, estoy cansada, Aurora. No solo cansada del trabajo, sino de esperar a que tu padre se dé cuenta de que ya no soy la misma joven que puede manejar todo sola.»

Aurora extendió la mano, cubriendo las de su madre con las suyas. «Mamá, ¿hablaste con él sobre esto? Quizás no se da cuenta—»

«Lo he intentado», interrumpió Leonor, soltando una risa amarga. «He hablado con él, discutido, incluso le escribí lo que sentía para que lo leyera cuando tuviera tiempo. No cambia. Él escucha, asiente y luego todo sigue exactamente igual.»

La conversación cambió mientras Leonor detallaba sus planes. Había hablado con un abogado, comenzado a organizar sus finanzas y estaba buscando un apartamento pequeño cerca del lugar de Aurora. La decisión no se tomó a la ligera; fue una conclusión dolorosa para una asociación que ya no le brindaba alegría ni compañía.

Al despedirse esa tarde, Aurora abrazó a su madre con fuerza. «Te apoyo, mamá. Solo desearía que no tuviera que ser así.»

Leonor sonrió, una sonrisa cansada pero sincera. «A veces, el amor no es suficiente para arreglarlo todo. Necesito paz y necesito sentirme como mi propia persona de nuevo.»

Las semanas siguientes estuvieron llenas de discusiones tensas y consultas legales. Carlos se sorprendió por la decisión de Leonor, su complacencia sacudida por la realidad de su partida. Suplicó, prometió cambios, pero la decisión de Leonor estaba tomada.

Una noche, mientras colocaba su único plato de cena, el silencio del apartamento le devolvía el eco. La libertad se sentía más solitaria de lo que había anticipado. Se dio cuenta de que este nuevo capítulo trataba de descubrir cómo vivir para sí misma, pero el camino era solitario y desalentador.