Me mudé al extranjero por trabajo para salvar nuestra casa, solo para financiar la aventura de mi marido
En el corazón del Medio Oeste, entre campos extensos y pueblos en declive, se desarrolla la historia de Belén y Raúl. Vivían en un pequeño pueblo que había visto días mejores, especialmente después de que la fábrica local, que era el sustento de la mayoría de los residentes, cerrara. Los trabajos eran escasos, y la comunidad, una vez vibrante y bulliciosa, había comenzado a marchitarse lentamente.
Belén y Raúl, novios desde el instituto, habían soñado con una vida sencilla: una casa acogedora, niños jugando en el jardín y cenas familiares al atardecer. Sin embargo, la realidad golpeó fuerte. El trabajo de Raúl en la fábrica fue uno de los primeros en desaparecer cuando esta cerró, y el trabajo a tiempo parcial de Belén en la cafetería local apenas cubría sus gastos de alimentación. Intentaron adaptarse, aceptando cualquier trabajo esporádico que pudieran encontrar, pero era una batalla perdida. Su hogar, una modesta casa de dos habitaciones heredada de los abuelos de Raúl, necesitaba desesperadamente reparaciones. El techo tenía goteras, las ventanas eran corrientes y el sistema de calefacción era antiguo e ineficiente.
Sintiéndose atrapada y desesperada, Belén se topó con una oportunidad de trabajar en el extranjero. Un amigo de un amigo había compartido historias de trabajos lucrativos en el extranjero, y a pesar de sus reservas, Belén lo vio como su única oportunidad para salvar su hogar y asegurar un futuro. Después de muchas discusiones llenas de lágrimas, Raúl y Belén acordaron que era la mejor opción. Con el corazón pesado, Belén hizo las maletas y se fue a Europa, prometiendo volver una vez que tuvieran suficiente para arreglar su casa.
Los meses se convirtieron en un año, y Belén trabajó incansablemente. Enviaba dinero a casa regularmente, siempre imaginando las reparaciones que transformarían su casa en ruinas de nuevo en el hogar cálido y acogedor que una vez amaron. Sin embargo, con cada llamada a casa, Raúl parecía más distante, y las actualizaciones sobre la casa eran vagas e insatisfactorias.
El regreso de Belén fue inesperado. Quería sorprender a Raúl y ver el progreso de su casa con sus propios ojos. Sin embargo, la sorpresa fue para ella. La casa parecía intacta, las mismas tejas rotas en el techo, la misma pintura descascarada en las paredes. La confusión se convirtió en shock cuando entró y encontró a Raúl y a Clara, una mujer del pueblo vecino, luciendo demasiado cómodos en lo que solía ser su sala de estar.
La verdad se vino abajo. El dinero que Belén había enviado a casa no se había destinado a su hogar, sino que había estado financiando la aventura de Raúl y Clara. La traición, el desamor y la incredulidad consumieron a Belén mientras su sueño de salvar su hogar, su futuro, se hacía añicos ante sus ojos.
Al final, Belén se quedó con nada más que la dolorosa lección de que a veces, la distancia que estamos dispuestos a recorrer por amor puede alejarnos más de lo que realmente deseamos. El pequeño pueblo del Medio Oeste, con sus oportunidades menguantes y sueños rotos, había reclamado otra víctima, dejando a Belén recoger los pedazos de su vida y comenzar de nuevo, sola.