«La Madre de Mi Marido Decidió Divorciarse a los 70 Años. Ella Cree que Su Hijo la Apoyará»

Juan y yo llevamos casados más de 25 años, y pensábamos que lo habíamos visto todo. Pero nada nos preparó para la bomba que cayó la semana pasada. La madre de Juan, Margarita, que tiene 70 años, anunció que se va a divorciar de su marido, Roberto. La noticia nos dejó a ambos en estado de shock e incredulidad.

Margarita y Roberto han estado casados durante 45 años. Tienen tres hijos, incluido Juan, y cinco nietos. Siempre parecieron la pareja perfecta, como las que se ven en las películas. Fueron novios en el instituto y construyeron una vida juntos desde cero. Compraron una casa, criaron a sus hijos e incluso empezaron un pequeño negocio juntos. Entonces, ¿por qué ahora? ¿Por qué Margarita querría terminar con todo en esta etapa de su vida?

Cuando Juan recibió la llamada de su madre, se quedó sin palabras. Margarita estaba decidida y nada podía hacerla cambiar de opinión. Dijo que había sido infeliz durante años y que ya no podía soportarlo más. Creía que Juan apoyaría su decisión y la ayudaría durante el proceso.

Juan y yo decidimos visitar a Margarita para entender qué estaba pasando. Cuando llegamos a su casa, se veía cansada pero decidida. Nos explicó que se había sentido descuidada y no valorada durante mucho tiempo. Roberto se había vuelto cada vez más distante, pasando la mayor parte del tiempo en su taller o viendo la televisión. Apenas hablaban y, cuando lo hacían, a menudo terminaban discutiendo.

Margarita dijo que había intentado hablar con Roberto sobre sus sentimientos, pero él desestimaba sus preocupaciones. Se sentía atrapada en un matrimonio sin amor y creía que el divorcio era la única salida. Quería pasar los años que le quedaban en paz y felicidad, aunque eso significara estar sola.

Juan estaba desolado. No podía entender por qué sus padres no podían resolver sus problemas. Intentó razonar con su madre, sugiriendo terapia de pareja o una separación temporal en lugar de un divorcio total. Pero Margarita estaba resuelta. Ya había contactado a un abogado y estaba avanzando con los trámites.

La noticia golpeó duro a Roberto. Estaba desconcertado por la decisión de Margarita y no podía creer que ella quisiera terminar su matrimonio. Admitió que la había dado por sentada, pero le suplicó que reconsiderara. Prometió cambiar y arreglar las cosas, pero Margarita no se conmovió.

A medida que pasaban las semanas, la tensión entre Margarita y Roberto creció. Las reuniones familiares se volvieron incómodas, con todos caminando sobre cáscaras de huevo a su alrededor. Los nietos estaban confundidos y molestos, sin entender por qué sus abuelos ya no estaban juntos.

Juan intentó estar ahí para ambos padres, pero también le estaba pasando factura. Se sentía dividido entre apoyar a su madre y querer mantener a su familia unida. El estrés comenzó a afectar nuestro propio matrimonio, ya que nos encontrábamos discutiendo con más frecuencia.

Al final, Margarita siguió adelante con el divorcio. Se mudó a un pequeño apartamento cercano y comenzó un nuevo capítulo de su vida. Roberto estaba devastado y luchaba por adaptarse a la vida sin ella. La dinámica familiar cambió para siempre, dejando una sensación de pérdida y tristeza que perduró mucho después de que se firmaran los papeles.

Juan y yo aprendimos una dura lección a través de esta experiencia. A veces, incluso las relaciones que parecen más fuertes pueden desmoronarse, y hay poco que alguien pueda hacer para evitarlo. Nos dimos cuenta de la importancia de la comunicación y la apreciación en nuestro propio matrimonio, prometiendo nunca darnos por sentados.