«Tu Madre Hace un Chili Mejor, Deberías Llamarla para Pedirle la Receta,» Le Dijo a la Mujer Angustiada
Sofía se sentó en la abarrotada sala de espera de la clínica veterinaria de emergencia, con los ojos fijos en un punto del suelo de linóleo. El zumbido de las luces fluorescentes y el murmullo de otros dueños de mascotas llenaban el aire, pero ella estaba perdida en sus propios pensamientos. Su perro, Max, había caído enfermo repentinamente, y ella lo había llevado allí apresuradamente, con el corazón latiendo con miedo.
La sala era una mezcla de caras ansiosas y mascotas inquietas. Un hombre con un gato en un transportín paseaba de un lado a otro, mientras una pareja joven susurraba entre ellos, con su pequeño perro temblando en sus brazos. Sofía intentaba desconectar de sus conversaciones, pero fragmentos de sus palabras se filtraban en su conciencia.
«¿Crees que estará bien?» «Espero que no sea nada serio.» «Deberíamos haber venido antes.»
La mente de Sofía era un torbellino de preocupación y culpa. Había notado la letargia de Max a principios de semana, pero lo había descartado como un problema menor. Ahora, no podía sacudirse la sensación de que le había fallado.
Un hombre de mediana edad sentado a su lado interrumpió su ensimismamiento. «¿Primera vez aquí?» preguntó, con una voz suave pero intrusiva.
Sofía asintió, sin confiar en sí misma para hablar sin romper a llorar.
«He estado aquí más veces de las que puedo contar,» continuó él. «Mi perro tiene una condición crónica. Es duro, pero se supera.»
Ella forzó una débil sonrisa, apreciando su intento de consuelo pero deseando que la dejara en paz. No quería hablar; solo quería que Max estuviera bien.
Los minutos pasaban lentamente, cada uno sintiéndose como una eternidad. El teléfono de Sofía vibró en su bolsillo, y lo sacó para ver un mensaje de su madre. «¿Cómo está Max? ¿Necesitas algo?»
Dudó antes de escribir una rápida respuesta. «Aún esperando. Te avisaré.»
Su madre siempre había sido su roca, especialmente cuando se trataba de cocinar. Sofía recordaba las innumerables veces que había llamado a su madre para pedir recetas o consejos en la cocina. El chili de su madre era legendario en su familia, una comida reconfortante que podía calentar incluso los días más fríos.
Como si leyera sus pensamientos, el hombre a su lado habló nuevamente. «Sabes, mi madre hace el mejor chili. Siempre que me siento deprimido, la llamo para pedirle la receta. Es como un abrazo en un plato.»
Los ojos de Sofía se llenaron de lágrimas. No quería pensar en comida o recetas ahora mismo. Solo quería que Max estuviera bien.
La puerta de la sala de exámenes se abrió y un técnico veterinario llamó un nombre. No era el suyo. El corazón de Sofía se hundió aún más.
Pasaron horas y la sala de espera comenzó a vaciarse a medida que las mascotas eran atendidas y enviadas a casa o admitidas para más cuidados. Finalmente, llegó el turno de Sofía. Siguió al técnico hacia el interior, con el estómago hecho un nudo.
El veterinario la saludó con una expresión sombría. «Lo siento, pero la condición de Max es muy grave. Necesitamos hacer más pruebas para determinar el mejor curso de acción.»
Sofía asintió sin fuerzas, sintiendo que estaba en una pesadilla de la que no podía despertar.
Cuando salió de la clínica horas después, con Max aún bajo su cuidado, sintió una abrumadora sensación de impotencia. Se subió a su coche y se quedó allí un momento, mirando su teléfono. Sabía que debía llamar a su madre, pero no podía hacerlo.
En lugar de eso, condujo a casa en silencio, con el peso de la incertidumbre presionando sobre ella. La casa se sentía vacía sin la presencia de Max. Deambuló hasta la cocina y abrió la despensa, mirando los ingredientes para chili que había comprado a principios de semana.
Con manos temblorosas, comenzó a cocinar, siguiendo la receta de su madre de memoria. Los olores familiares llenaron la cocina, pero esta vez no trajeron consuelo.
Mientras se sentaba a comer sola, las lágrimas corrían por su rostro. El chili sabía igual que el de su madre, pero no podía llenar el vacío dejado por la ausencia de Max.
Sofía sabía que ninguna receta podría arreglar lo que estaba roto dentro de ella. Dejó la cuchara y enterró su rostro entre las manos, sintiéndose más perdida que nunca.