«No Puedo Respetar a Mi Marido Porque Mantengo a Toda Nuestra Familia: Trabajo de Sol a Sol, Pero a Él No le Importa»
María se sentó en su escritorio desordenado, el resplandor de su portátil iluminando su rostro cansado. Eran las 2 de la madrugada y todavía estaba trabajando en un trabajo académico para un cliente. Esto se había convertido en su rutina: trabajar de sol a sol, compaginando sus estudios, su trabajo a tiempo parcial y sus encargos de escritura freelance. Ella era la única fuente de ingresos para su familia, y el peso de esa responsabilidad comenzaba a aplastarla.
María era una estudiante brillante, siempre en lo más alto de su clase. Había conseguido una beca para una universidad prestigiosa y estaba decidida a aprovecharla al máximo. Pero la tensión financiera en su familia significaba que tenía que asumir múltiples trabajos para llegar a fin de mes. Su marido, Javier, se suponía que debía ser su compañero en este viaje, pero se había convertido más en una carga que en un apoyo.
Javier había perdido su trabajo hace más de un año y había mostrado poco interés en encontrar otro. Pasaba sus días holgazaneando en casa, jugando a videojuegos y ocasionalmente haciendo algunas tareas ligeras del hogar. El resentimiento de María hacia él crecía con cada día que pasaba.
«No puedo seguir haciendo esto,» pensó para sí misma mientras tecleaba en su portátil. «No puedo respetar a un hombre que ni siquiera intenta ayudar.»
El día de María comenzaba a las 6 de la mañana. Se levantaba, preparaba el desayuno para Javier y sus dos hijos, Lucía y Pablo, y luego se dirigía a sus clases. Después de las clases, se apresuraba a su trabajo a tiempo parcial en una librería local. Por las tardes, volvía a casa, ayudaba a los niños con sus deberes y luego se encerraba en su habitación para trabajar en los trabajos académicos para ganar dinero extra.
Los fines de semana no eran mejores. En lugar de relajarse o pasar tiempo con su familia, María daba clases particulares a estudiantes de secundaria que se preparaban para los exámenes de ingreso a la universidad. Estaba agotada, tanto física como mentalmente.
Una tarde, mientras María preparaba la cena, escuchó a Lucía preguntarle a Javier por qué no tenía trabajo.
«Papá solo está tomándose un descanso,» respondió Javier con indiferencia.
María no pudo contenerse más. «¿Un descanso? ¡Llevas más de un año ‘descansando’, Javier! ¿Cuándo vas a ponerte las pilas y ayudarme?»
Javier parecía sorprendido. «Estoy intentando, María. No es fácil encontrar trabajo.»
«¿Intentando? ¡Ni siquiera has actualizado tu currículum! ¡Te pasas todo el día jugando a videojuegos mientras yo me mato trabajando!» La voz de María se quebró con frustración.
Javier se levantó y salió de la habitación sin decir una palabra más. María sintió una punzada de culpa pero rápidamente la apartó. No tenía tiempo para la culpa; tenía otro trabajo académico que entregar antes de medianoche.
A medida que pasaban los meses, la salud de María comenzó a deteriorarse. Estaba constantemente fatigada y empezó a experimentar fuertes dolores de cabeza. Un día, se desmayó en medio de una sesión de tutoría y fue llevada al hospital.
El diagnóstico fue claro: agotamiento severo y estrés. El médico le aconsejó que se tomara un descanso de su agitada agenda o corría el riesgo de sufrir problemas de salud a largo plazo.
Pero ¿cómo podía tomarse un descanso? ¿Quién mantendría a la familia? ¿Javier? El pensamiento la hizo reír amargamente.
María volvió a casa del hospital con el corazón pesado. Sabía que algo tenía que cambiar, pero no sabía cómo. Javier mostraba pocas señales de cambiar sus costumbres y María se sentía atrapada en un ciclo interminable de trabajo y resentimiento.
Una noche, mientras yacía en la cama mirando al techo, María se dio cuenta de que no podía seguir así. Necesitaba ayuda, pero más importante aún, necesitaba respeto: de Javier y de sí misma.
A la mañana siguiente, María se sentó con Javier para tener una conversación seria. «Javier, no puedo seguir haciendo esto sola. Necesitas encontrar un trabajo o tenemos que considerar otras opciones.»
Javier la miró con una mezcla de culpa y desafío. «Lo intentaré,» dijo débilmente.
Pero María sabía que no debía hacerse ilusiones.