«Mi Ex-Mujer Volvió con el Hijo de Otro Hombre: Sentí Lástima por Ella, Pero Había Condiciones»
Juan acababa de terminar un largo día de trabajo. El sol se estaba poniendo, proyectando un resplandor naranja sobre el barrio suburbano. Aparcó en su entrada, ansioso por relajarse y disfrutar de una noche tranquila. Al salir del coche, notó una figura sentada en los escalones del porche. Era Nora, su ex-mujer, sosteniendo a un bebé y llorando desconsoladamente.
El corazón de Juan dio un vuelco. No había visto a Nora en más de un año desde que se finalizó su divorcio. Su matrimonio había terminado en términos amargos, y él había seguido adelante, o eso pensaba. Verla allí, vulnerable y rota, despertó algo dentro de él.
«¿Nora? ¿Qué haces aquí?» preguntó Juan, con una mezcla de confusión y preocupación en la voz.
Nora levantó la vista, con los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. «Juan, no sabía a dónde más ir,» dijo, con la voz temblorosa. «Esta es Isabel, mi hija.»
La mente de Juan iba a mil por hora. Sabía que Isabel no era su hija; Nora lo había dejado por otro hombre, José. La traición había sido profunda, y verla ahora con el hijo de José solo reabría viejas heridas.
«¿Por qué estás aquí, Nora? ¿Dónde está José?» preguntó Juan, tratando de mantener sus emociones bajo control.
Nora respiró hondo. «José nos dejó. Dijo que no podía manejar la responsabilidad de ser padre. No tengo a dónde ir, Juan. Por favor, ayúdanos.»
Juan sintió una punzada de lástima por Nora e Isabel. A pesar de todo lo que había pasado, no podía rechazarlas. Pero también sabía que no podía dejarlas entrar en su vida sin establecer algunos límites.
«Está bien, Nora,» dijo Juan después de un momento de silencio. «Puedes quedarte aquí un tiempo, pero hay condiciones.»
Nora asintió con entusiasmo. «Lo que sea, Juan. Solo por favor no nos rechaces.»
«Primero,» comenzó Juan, «esto es temporal. Necesitas encontrar un trabajo y un lugar donde vivir lo antes posible. Segundo, debemos mantener las cosas civilizadas. Nada de sacar el pasado o causar dramas. Y tercero, debes respetar mi espacio y mi vida.»
Nora aceptó las condiciones sin dudarlo. Juan la llevó adentro y le mostró la habitación de invitados. Mientras la veía instalarse con Isabel, no pudo evitar sentir una mezcla de emociones: ira, lástima y un persistente sentido de traición.
Los días se convirtieron en semanas y Nora luchaba por encontrar un trabajo. Juan hacía lo posible por mantener la distancia, pero era difícil no involucrarse al ver cuánto estaba sufriendo ella. Isabel era una niña dulce y, a pesar de todo, Juan se encontraba encariñándose con ella.
Una noche, mientras Juan preparaba la cena, Nora se acercó a él con lágrimas en los ojos. «Juan, no sé qué hacer. Nadie me contrata porque no tengo experiencia laboral reciente y tengo que cuidar de Isabel.»
Juan suspiró. «Nora, te dije que esto era temporal. Necesitas encontrar una manera de mantenerte a ti misma y a Isabel.»
«Lo sé,» dijo Nora, con la voz quebrada. «Pero estoy intentando tan duro y nada está funcionando.»
Juan sintió una oleada de frustración. Le había dado una oportunidad por lástima, pero estaba claro que ella no estaba haciendo suficiente esfuerzo para cambiar su situación.
«Nora,» dijo Juan firmemente, «no puedo mantenerte para siempre. Necesitas resolver esto.»
Nora asintió, con lágrimas corriendo por su rostro. «Lo entiendo,» susurró.
A la mañana siguiente, Juan encontró una nota en la mesa de la cocina. Era de Nora.
«Juan,
Gracias por darnos un lugar donde quedarnos. Siento todo lo que te he hecho pasar. Me doy cuenta ahora de que necesito valerme por mí misma por el bien de Isabel.
Adiós,
Nora»
Juan sintió una mezcla de alivio y tristeza al leer la nota. Había hecho lo que pudo para ayudarla, pero al final no fue suficiente. Mientras veía el amanecer desde los escalones del porche, esperaba que Nora encontrara la fuerza para construir una vida mejor para ella e Isabel.