«Siete años de felicidad, luego la traición: Mi mejor amiga y mi marido»

Durante siete años, mi vida con Jaime fue todo lo que había soñado. Nos conocimos durante un acogedor festival de otoño en nuestro pequeño pueblo, donde las hojas pintaban el suelo de tonos ardientes y el aire estaba crujiente con la promesa del invierno. Fue un comienzo de cuento de hadas, y nuestra vida juntos parecía seguir el mismo camino. Nos casamos en una ceremonia pintoresca junto al lago, rodeados de amigos cercanos y familiares. La vida era dichosa, y cada día me sentía agradecida por el amor que compartíamos.

Nora había sido mi mejor amiga desde el instituto. Éramos inseparables, compartiendo secretos, sueños y innumerables tazas de café en nuestro café de esquina favorito. Ella fue la dama de honor en mi boda, irradiando alegría y derramando lágrimas mientras yo caminaba hacia el altar. La confiaba implícitamente, igual que a Jaime. Ellos eran los dos pilares de mi vida, firmes y verdaderos, o eso creía.

El cambio llegó sutilmente. Jaime empezó a trabajar hasta tarde más frecuentemente, y su teléfono no dejaba de vibrar, con mensajes a todas horas. Él desestimaba mis preocupaciones, atribuyéndolo a un proyecto exigente en el trabajo. Nora, también, parecía distante, sus visitas eran menos frecuentes y sus sonrisas no llegaban a sus ojos. Lo atribuí al estrés de su trabajo; después de todo, todos pasamos por momentos difíciles.

La verdad se desplomó una lluviosa tarde de jueves. Jaime había llamado para decir que tendría otra noche de trabajo tardío. Necesitando compañía, me dirigí al apartamento de Nora, esperando una tranquila noche de películas y comida reconfortante. Lo que encontré en cambio destrozó mi mundo.

Al abrir la puerta con la llave de repuesto que Nora me había dado años atrás, escuché risas en la sala de estar. Era una risa familiar, una que había iluminado mis días más oscuros. Mi corazón se hundió al empujar la puerta y ver a Nora y Jaime, entrelazados en el sofá, perdidos en un momento destinado a los amantes. No me habían oído entrar, y durante unos segundos, me quedé congelada, el sonido de sus risas resonando como una broma cruel.

La confrontación fue un torbellino de lágrimas, gritos y súplicas. Las disculpas de Jaime se sentían vacías, y las excusas de Nora cortaban más profundo que su traición. Me fui sin mirar atrás, la imagen de su traición grabada en mi memoria.

Las semanas siguientes fueron un torbellino de tristeza y enojo. Me mudé de la casa que Jaime y yo habíamos compartido, buscando consuelo en la soledad. Los papeles del divorcio llegaron en silencio, y mi amistad con Nora terminó con más un susurro que un estruendo. La traición me había costado más que un matrimonio; me había robado la capacidad de confiar, dejando un vacío donde antes residían el amor y la amistad.

Ahora, paso mis días reconstruyendo mi vida, pieza por pieza. La confianza que una vez di tan libremente ahora está resguardada, y la alegría de la compañía está teñida por el recuerdo de la traición. Dicen que el tiempo cura todas las heridas, pero algunas cicatrices son demasiado profundas para desvanecerse completamente.